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Entrevista a propósito de los 60 años de Adolfo Castañón

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Viaje a la constelación del centauro

Por Eduardo Estala Rojas

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El próximo 8 de agosto de este 2012, Adolfo Castañón celebrará sesenta años de vida. A lo largo del tiempo su prolífica labor creativa lo enmarca como poeta, narrador, ensayista, traductor, editor y crítico literario.

Entre su quehacer destacan sus estudios sobre las obras de Michel de Montaigne, Alfonso Reyes, Juan José Arreola y Octavio Paz. Es miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua desde el 10 de marzo de 2005 y ha sido merecedor de los premios Diana Moreno Toscano (1976), Premio Nacional de Literatura Mazatlán (1995), Oficial de la Orden de las Artes y de las Letras del Gobierno de la República Francesa (2004), Premio Xavier Villaurrutia (2008), Premio Nacional de Periodismo José Pagés Llergo (2010) —en la modalidad de programa cultural por televisión— por “Los maestros detrás de las ideas”, transmitido por tv unam.

Actualmente ocupa el cargo de Bibliotecario-Archivero en la Academia Mexicana de la Lengua. Asimismo es secretario de la Comisión de Consultas Lingüísticas desde 2005 y presidente de la Comisión de Comunicación e Informática, desde 2009. Miembro del Programa de Investigadores Asociados de El Colegio de México, para el cual prepara la edición de la segunda parte de la correspondencia sostenida entre Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña, 1914-1946, en colaboración con Isaura Contreras y Alma Delia Hernández.

Aquí la entrevista:

—En 1973 publica una biografía de Alphonse Gabriel Capone Al Capone, su primer libro, el que firma con seudónimo, y con las regalías viaja a Europa donde permanece catorce meses: vive en Israel, en un kibutz, y en Francia reafirma su vocación. ¿Qué tan determinante ha sido a su espíritu enciclopédico este viaje?

—En realidad la biografía de Al Capone no fue mi primer libro, antes fue Autobiografía precoz, que me fue encargada por Huberto Batis, además de haber escrito un cierto número de poemas, cuentos y ensayos. El viaje fue una experiencia iniciática. Además de Israel, que se encontraba en armas durante la Guerra de Yom Kipur, fui a Grecia, Turquía, Italia, España y Francia. Conocí la calle, donde aprendí a dormir, viví la aventura, la pobreza, la intemperie, la amistad, el arte de sobrevivir física y mentalmente. Ese viaje lo movió el deseo de saber si realmente había existido la civilización. Fui, por ejemplo, del puerto griego de Patras a la ciudad de Olympia, distante unos 175 kilómetros, a pie. Fue un grand tour al estilo de los que hicieron los jóvenes ingleses en el siglo xix. El Castañón que salió de México en 1973 era una persona muy distinta del que regresó a mediados de 1974. El hilo conductor por el laberinto del viaje fue la cultura griega y latina. Cargaba yo dos libros: El cicerone de Jakob Burckhardt y la edición francesa de Le bain de Diane de Pierre Klossowski.

 

—Menciona usted en una entrevista a Radio Francia Internacional: “Mi primer juguete fue una ventana a través de la cual yo veía pasar personas y automóviles. Me impresionaban los nombres de esos automóviles. Y a mí me gustaba inventar palabras”. ¿Cuál es su ventana hoy en día? ¿Qué palabras le gustaría inventar en el siglo xxi?

—Las ventanas actuales son las de la Academia Mexicana de la Lengua y la de El Colegio de México, instituciones en las que trabajo y trato de entregar mi total esfuerzo. No sé si lo mío hoy es “inventar nuevas palabras”, aunque acabo de armar El libro de las jitanjáforas de Alfonso Reyes, y siempre me ha atraído el oficio secreto de aquellos que bautizan los nuevos productos farmacéuticos con nombres que, estoy seguro, obedecen a reglas y códigos. Me gustaría no tanto inventar nuevas palabras —que son a veces como etiquetas espurias y acaso mercantiles— sino dar un sentido más intenso, poderoso y puro a voces como “silencio”, “agua”, “amistad”, “roca”.

—Usted es uno de los críticos literarios de tradición y autoridad en lengua española, sus libros dan cuenta de ello, por ejemplo: Arbitrario de literatura mexicana, América Sintaxis, Viaje a México. ¿Cómo ubica la crítica literaria en México, América Latina y el Caribe, en la primera década del siglo xxi?

—Creo que la crítica literaria en nuestro orbe hispánico, americano y latino, tiene una función esencial: la de ayudar a construir y restaurar el sentido comunitario y reanimar las tradiciones soterradas o desterradas o enterradas por la demolición practicada por el llamado “progreso”. No es la labor del lector crítico tanto la de un disque-jockey —para ponerlo en francés— que pone música para acompañar la última fiesta o la de un pregonero que dicta en el supermercado las nuevas ofertas obsolescentes, sino quizá la de un arqueólogo que va identificando en el páramo los yacimientos que guarda celosamente el subsuelo, los recursos para que el viajero pueda sobrevivir a la larga por sí mismo y vencer los efectos de la pobreza espiritual. Esos yacimientos pueden ser ciertamente los de los manantiales que es preciso resguardar y encarecer. La tarea es, modestamente, la de la salvación de la música oculta del mundo en las obras de los autores y artistas contemporáneos.

—Corresponde a la tradición en México desde Alfonso Reyes, Octavio Paz, Juan José Arreola y José de la Colina. ¿Cómo se ubica dentro de la tradición literaria en México?

—Una tradición es algo más que un dato nacional. Quisiera inscribirme en la orbita de Alfonso Reyes y de Pedro Henríquez Ureña, de Octavio Paz y de sus amigos de las revistas Plural y Vuelta, de José Lezama Lima, Eliseo Diego, Fina García Marruz —a quien he antologado y prologado—, de José Bergamín y de León Felipe, de Ciryl Connolly y de Evelyn Waugh, de George Steiner y del historiador Harold Acton. Una tradición con cierto sesgo austero y acaso apolíneo… aunque las voces de la cultura popular como las que se expresan a través de Carlos Monsiváis no dejan de acompañarme.

—En octubre de 2000 y enero de 2001 la Nouvelle Revue Française (nrf), célebre revista de Francia, lo invitó como editor huésped para hacer dos números sobre literatura mexicana contemporánea. ¿Qué autores seleccionaría para un nuevo dossier en el 2012, y por qué?

—No sé si me interesaría hacer un nuevo dossier como ésos —estrictamente mexicanos— que incluían a Octavio Paz, Juan José Arreola, Salvador Elizondo, Alejandro Rossi y a José de la Colina, a Eduardo Lizalde y Carlos Fuentes. Si tuviese que hacer una nueva antología de esa índole, quizás una prueba sería incluir a los mismos autores con otros textos, pero tratando de ponerlos en correspondencia con autores hispanoamericanos vivos o muertos como Blanca Varela, Ramón Xirau, Eugenio Montejo, Rafael Cadenas, José Balza, José Kozer. Y es que cada vez siento más acuciante la necesidad de reunirnos en torno al fuego de la cultura comunitaria. Incluiría a autores como el poeta Francisco Cervantes, al historiador Luis González y González, entre los de mi generación a los mexicanos José Luis Rivas, Francisco Hinojosa o Francisco Segovia o al crítico Christopher Domínguez y, más jóvenes, a autores como la mexicana Malva Flores o la colombiana Gloria Posada. Pero en la medida en que lo que me interesa ahora es buscar la forma de salvar, reunir y armonizar desde dentro nuestras letras, no tengo por el momento mayor interés en tratar de afirmar nuestra fábula fuera de nuestras regiones, sino más bien en darle sentido perdurable hacia adentro de nuestro propio espacio cultural.

—Es de reconocer que falta profesionalización en el área editorial en México, ¿qué opina?

—La falta de profesionalización en el ámbito editorial se debe a que no se aprecia ni se reconoce en el ámbito académico la tarea editorial en su conjunto o en sus partes. Ni la traducción ni el comentario de libros ni la revisión ni menos la venta o la difusión son materia de reconocimiento académico ni de estima científica y técnica. El mercado editorial y más allá el de la gestión cultural en su conjunto está dominado por la improvisación y la contingencia, el nepotismo y otros ismos infames como el atribuido a la triste madre Malinche que se arrodilla ante todo lo que es extranjero. Un editor que se respete debe saber leer y escribir, re-leer y re-escribir en al menos tres idiomas, sin hablar del dominio de las minucias tremendas de tipográfica índole.

—¿Cómo fomentar la profesionalización del editor?

—Lo de la profesionalización de los editores es un tema que podría ser parte de una reforma universitaria general. No voy tan lejos. Me conformaría con que las personas supieran leer y re-leer, escribir y re-escribir en su propio idioma y en otros. Además tener varios diccionarios, pero depende del tipo de editor hay muchos otros títulos y manuales ad hoc. Cfr. Martínez de Souza. También cabe consultar Los mitos del editor de su leyente consejero Adolfo Castañón (Lectorum, 2005).

—¿Qué retos enfrenta la edición de libros ante las formas de publicación digital?

—La competencia entre lo digital y lo no digital es una falacia. Es obvio que un buen editor lo será en un espacio o en otro.

—¿Cuál es la temática principal de La tercera mitad del corazón, su poemario de próxima aparición?

—En La tercera mitad del corazón hay desde luego declaraciones amorosas y declaraciones de guerra. Es un libro insondable para mí mismo, pero creo que el lector podrá encontrar ahí un mapa del laberinto y una brújula para salir de él.

 

Fuente:

http://www.siempre.com.mx/2012/01/viaje-a-la-constelacion-del-centauro/

 

 

 

 

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